Zambra Sharqi, el latido oriental que renace en versos

En un rincón donde la tradición se mezcla con la modernidad, surge Zambra Sharqi: un proyecto artístico que rescata la memoria de las danzas orientales y la transforma en poesía cantada. No es solo música, ni solo palabra: es un ritual que evoca la arena del desierto, el perfume del jazmín y el eco de las cimitarras convertidas en guitarras.  

La propuesta, firmada por tres apasionados del antiguo Egipto y la rica cultura africano-oriental, se ha ido tejiendo canción tras canción como un mosaico de libertad y resistencia. Cada pieza es un relato: mujeres que rompen cadenas, califas que escuchan arpegios imposibles, cuerpos que se convierten en armas de sensual belleza y voz.  

En sus letras, la zambra —esa fiesta gitana de raíz andalusí— se funde con el sharqi, la danza oriental. El resultado es un género híbrido, casi mítico, que no se limita a evocar el pasado: lo reimagina. La música mezcla ritmos modernos muy bailables, con instrumentos y sonidos del medio oriente, trasladando de inmediato al oyente hacia paisajes de idílica belleza.  

El público que se acerca a este universo encuentra un manifiesto de identidad. No es casual que los versos insistan en la libertad, en la dignidad, en la llama que comienza. Zambra Sharqi no es solo espectáculo: es declaración política, es poesía insurgente, es memoria que se levanta contra el olvido.  

“Compraré mi libertad, no hay cadena que me venza. Soy la voz que nunca calla, soy la llama que comienza.” Ese remate, convertido en lema, resume el espíritu de la obra: un canto que trasciende fronteras y que se proyecta como símbolo internacional de resistencia cultural, con la imagen de la mujer como centro de poder.